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Un valor que cobra cada día mayor importancia en la sociedad

, es el de la empatía, entendida como esa capacidad de comprender y compartir los sentimientos de los demás. Requiere “trasladarse” al lugar del otro, asimilar su sentir.

Aristóteles hablaba del zoon politikón, el animal político, que vive en sociedad. Hombres y mujeres somos seres sociales y requerimos ciertos valores y cualidades para mantener armónica la vida en comunidad; la empatía es uno de estos valores. Cada ser humano es un mundo, tal vez uno de los problemas actuales es que estamos muy desconectados unos de otros como para identificarnos con lo que nuestro prójimo padece.

La compasión está muy asociada a la empatía, pues nos lleva a comprender el sufrimiento de los demás. “Hacernos cargo” de situaciones nocivas es uno de los efectos de la empatía; quien la experimenta, difícilmente se quedará sin hacer nada, por ejemplo, frente al daño que experimenta nuestro planeta por el calentamiento global, la existencia de más de un millón de especies en peligro de extinción o la situación que viven las personas migrantes en el mundo. Para ello se requerirá un cambio síquico, ver la situación de las futuras generaciones, etc.

No basta con comprender la situación del mundo, es necesario participar, generar los cambios y construir la conducta ética que nos permita avanzar como humanidad o superar los peligros a que un desorientado progreso nos ha llevado.

La empatía es parte del buen vivir, refleja también el amor al prójimo, a lo que nos rodea y contiene: el mundo. Es parte de una cultura que no es competitiva. La teoría competitiva, señalan Ximena Dávila y Humberto Maturana “es fruto de nuestro modo de convivir cultural que valida ser mejores que otros y otras”. Esta ideología del exitismo que ha calado profundo, sólo ha conseguido una cultura de la competencia indolente, donde las personas más que identificarse con el otro, necesitan sentirse superiores a él.